Mitos y riesgos de un clásico de la medicina folklórica que sobrevive en todas las culturas y regiones americanas.
El término médico que designa este padecimiento popularmente llamado “empacho” es el de dispepsia (gr. das, mal; pepto, cocer). Básicamente es la digestión lenta, imperfecta o dificultosa. Puede deberse a causas funcionales u orgánicas del aparato digestivo o bien como manifestación clínica de otras enfermedades generales.
Las alteraciones de las vías biliares y del hígado (litiasis, disquinesia, hepatitis, etc.), procesos del páncreas, del intestino, apendicitis crónica, gastritis, úlcera gástrica o duodenal, tumores, etc., todas pueden ser causa de dispepsia. Los trastornos de las glándulas de secreción interna, las nefritis, las infecciones agudas o crónicas, intoxicaciones, alteraciones del sistema nervioso pueden provocar dispepsia de grado y características distintas. Esta larga enumeración no es en vano, dejar nuestras afecciones en el “diagnóstico” y “cura” de un curandero, a veces puede ser mortal. ¿Qué certeza pueden tener ellos que detrás de un síntoma no se esconde algo más grave?
En las áreas urbanas la recurrencia a ciertas prácticas curanderiles se mantiene intacta, especialmente cuando se sospechan ciertos padecimientos que encuentran una denominación popular y son propios de la vasta terminología que acuña la medicina folklórica.
El rasgo que identifica, sin excepción, a cualquier procedimiento o práctica de medicina pre-científica es el pensamiento mágico-religioso. Así y todo, una verdadera nosología o clasificación de enfermedades en el acervo popular, encuentran su correlato en la nosografía científica: agua al vientre (hidropesía), alfombrilla (fiebres eruptivas), antojos (nevos), ardentia de sangre (prodromos catameniales), cancha (tipo de dermatosis), costado (pulmonía; a veces se llama “dolor de costado” a la tuberculosis), coto (bocio), embichamiento o engusanamiento (miasis), fogaje (estomatitis), grano malo (pústula maligna carbunclosa), lambidura de araña (herpes facial), mal de los siete días (mala osificación del cráneo del nonato), opilación (tipo de indigestión), pático (aftas bucales), piedras del hígado (litiasis biliar), puntada de costado (neumonía), quisquimiento (estreñimiento, bolo fecal), secas, incordios (adenopatía inguinal), zafaduras (luxaciones). [Vivante, A., Medicina Folklórica. Ed. Nova, Bs. As., 1959].
La popularidad del “empacho”
Esta denominación folklórica se encuentra prácticamente en todas las culturas y regiones americanas. Su tratamiento curanderil pertenece al grupo de curadores técnicos puesto que la cura supone el manejo de habilidades cognoscitivas que pueden ser manuales y que suelen equipararse o subordinarse a los efectos mágico-religiosos [Menéndez, E. L., Poder, estratificación social y salud. Análisis de las condiciones sociales y económicas de la enfermedad en Yucatán. Edic. de la Casa Chata, México, 1981]. Si bien el diagnóstico y tratamiento puede variar según el curandero, el origen natural de la enfermedad por lo general es coincidente. Veamos algunos ejemplos:
México (relato de madres)
- “Para tratarlo tiene que frotar muy bien el estómago con un huevo a la temperatura ambiente, no de la nevera. En el sito en que se rompe el huevo, se localiza el empacho. Se toma un pedazo de tela y se lo amarra alrededor de este lugar, después se le da una buena dosis de aceite de castor o cualquier otra cosa que haga mover los intestinos. Algunos niños tienen empachos muy fácilmente y parece que esto pasa cuando los padres no se fijan en lo que comen sus hijos”.
- “Mi hijo pequeño también lo tuvo, cuando tenía un año. No quería comer nada, todo lo escupía; me dijeron que tenía empacho, de modo que lo llevé a una curandera. Ella le dio la vuelta empezó a friccionarlo hasta que algo se rompió en su espalda. Era un chasquido. La curandera frotaba hasta oír el chasquido. Entonces el niño se puso bien. Las mujeres saben cuándo el niño tiene empacho, ellas se dan cuenta y empiezan a preocuparse tanto que pierden peso” [Kiev, A., Curanderismo. Psiquiatría Folklórica Mexicano-Norteamericana. Edit. Joaquín Mortiz, S.A., México, 1972].
Argentina
- “Mal causado -según la opinión de la gente- por el ‘exceso de alimento’, y muy difundido en el Noroeste argentino. Este ‘exceso de alimento’, unido a una deficiente evacuación intestinal, sobre todo en el niño, porque éste ‘no ha madurao todavía’, puede llegar a ser grave. Dicha falta de maduración del niño sería la responsable, en la creencia popular, de que no pueda resistir la ingestión excesiva y enferme. La sintomatología está representada por dolor de estómago, ‘hinchazón de vientre’, que se pone como ‘una pelota’, fiebre, decaimiento general, erupciones cutáneas como lesiones paulosas diseminadas por todo el cuerpo, pero especialmente en la cara. Esta sintomatología permite deducir al entendido que ‘algo anda mal en el vientre’. El tratamiento de esta afección tan común en nuestro Noroeste se basa en la ingestión de ciertas sustancias en infusión. Las más aceptadas son las de poleo, molle, paico, ruda y manzanilla, solas o en combinación, tomadas ‘tres veces en el día’, de ‘a tres sorbos’. Las enemas también son de aplicación frecuente, sobre todo a base de ruda y manzanilla en cocimientos. Muchas veces, antes de comenzar el tratamiento, se debe medir el diámetro del abdomen ‘con un hilo colorado’, lo que tendría un neto sentido mágico” [Pérez De Nucci, A. M., La Medicina Tradicional del Noroeste Argentino. Historia y presente. Edic. del Sol S.A., Bs. As.,1988].
- “La persona empachada se muestra reacia a comer y tiene ‘dura la barriga’. La terapéutica consiste en baños de hierbas, alguna infusión y la maniobra quiropráctica denominada ‘tirada del cuerito’, que se realiza en un punto ubicado entre las regiones lumbar y sacra” (Torres, G. F. El Concepto de Enfermedad en la Cultura Criolla de la Selva Tucumano-Oranense. Quid…, Tomo II, N° 13, 26-28, 1990).
- “Afectaría casi exclusivamente a niños de muy poca edad, casi exclusivamente a bebés, y se manifestaría por llanto constante, irritabilidad y negativa a ingerir alimentos. Para quebrar el empacho se lleva al chico en ayunas a casa del curandero y allí se cumple una variante ceremonial diagnóstica: la medición, que señala la importancia y dimensión del mal; para comprobar finalmente si el enfermo padece de empacho se levanta tres veces con la yema de los dedos el pellejo del espinazo a la altura del estómago. Estando empachada la criatura suena interiormente la parte del espinazo al separar la piel” [Del Cerro, C., Garrincha: ¿santo o curandero? Ediciones Cosmos, Bs. As., 1985].
Esta última descripción es la más cercana a lo que frecuentemente ocurre en este tipo de tratamiento. Cabe aclarar que esta dolencia y consecuente práctica curanderil no es exclusiva del hombre, al menos así lo describe Ambrosetti: “Suele ser muy frecuente en los terneros de las tamberas, debido a que los animales, muertos de hambre, comen y tragan muchas cosas en lugar de la leche materna, aprovechada por los dueños. Diagnosticada esta afección, con más o menos acierto, introducen al animal, en el ano, un pedazo de vela de sebo” [Ambrosetti, J. B., Supersticiones y Leyendas – Región Misionera, Valles Calchaquíes, Las Pampas. La Cultura Argentina, Bs. As., 1917]
En ciertas regiones el empacho mal curado deriva o es una de las causas de otra enfermedad denominada tabardillo con algunos síntomas similares pero agravados [Palma, N. H., La Medicina Popular en el Noroeste Argentino. Edit. Huemul S.A., Bs. As. 1978]. Algunos autores han hecho referencia a este padecimiento como tifus (Pérez De Barrada, J., Plantas mágicas americanas. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto “Bernardino Sahagún”, Madrid.1957] o tifus exantemático [Cardich, P., Negro Cielo. Ed. Plus Ultra, Bs. As.1972].
Si nos atenemos a la tercera descripción, sólo deberíamos agregar que no siempre se realizan en forma conjunta o sucesiva el diagnóstico a través del método “de la cinta” y luego “la tirada del cuerito”. Algunos curanderos utilizan la cinta como diagnóstico y luego el proceso de “cura” queda reducido a oraciones.
El método de la cinta
Si bien se suele utilizar una cinta roja de seda, cualquier elemento similar puede cumplir esta función. Se supone que la longitud de la cinta estará establecida según el antebrazo de cada curandero. El procedimiento consiste en extender la cinta ubicando un extremo en el centro del estómago del presunto paciente y el otro extremo en el codo del curandero. Al ubicar de esta manera la cinta, el antebrazo del curandero estará en forma vertical y la punta de sus dedos apuntando hacia arriba. La medición-diagnóstica reside en tomar 3 medidas del codo al extremo de la mano bajando y subiendo el antebrazo al inicio de cada medida y, si el paciente está empachado, sobrará una porción de la cinta.
De este proceso lo único que puede surgir como aparentemente “enigmático” es que sobre un pedazo de cinta. Me arriesgo a asegurar que por este tipo de medición la mayoría de las veces sobrará un poco de cinta. Esta deducción es muy simple y cualquiera la puede poner en práctica. Lo único que debe hacer es repetir la experiencia y verá que el resultado siempre será el mismo.
Dejando de lado otras variables no menos importantes, como puede ser la dificultad de hacer una medida exacta para fabricarse la cinta, o la extensión o disminución de la seda por diversas causas naturales propios del tipo de material, la clave está dada en el movimiento que se realiza en la medición. Cada vez que se extiende el brazo y luego se repliega, se produce una leve contracción muscular que precisamente da la diferencia apuntada. Esto lo podrá observar fácilmente haciendo el siguiente ejercicio: póngase de pie frente a una pared exactamente a la distancia que le marca uno de sus brazos extendido y con la punta de los dedos tocando la pared. Una vez ubicado de esta manera, repliegue el antebrazo y vuelva a extenderlo, obviamente sin mover sus pies ni inclinando su cuerpo. Observará que la punta de sus dedos no llega a tocar la pared. Si trasladamos esto a una triple repetición con cinta, indefectiblemente obtendremos un resto.
La tirada del cuerito
Es un método que implica ciertos riesgos y en especial para los niños, puesto que hay una intensa manipulación física. Si bien no existe un consenso médico, algunos sugieren que -en caso de que surja efecto- una explicación plausible para dicho proceso sería que los dolorosos pellizcos que se aplican entre la zona lumbar y sacra, provocan una serie de reflejos cutáneos-viscerales que estimulan los plexos del peristaltismo gástrico e intestinal responsable de la evacuación que libera las toxinas que ocasionan la enfermedad [Tarnopolsky, S., Los curanderos, mis colegas. Edit. Galerna, Bs. As., 1984]. En la Facultad de Medicina de Córdoba se ha estudiado este procedimiento llegando a estas mismas conclusiones [Ratier, H., La Medicina Popular. Centro Editor de América Latina S.A., Bs. As., 1972].
Es frecuente que los éxitos que se le atribuyen a los curanderos en realidad sean producto de la acción lenta de los medicamentos y/o la normal evolución de la enfermedad y, cuando no, los riesgos pueden ser impredecibles.
El argumento que algunos esgrimen diciendo ‘hasta hay médicos que recomiendan ir a tratarse con un curandero’, carece de total validez puesto que un título universitario no garantiza idoneidad. Si así fuere no pulularían tantos médicos que utilizan las mal llamadas “terapias o medicinas alternativas”, cuya característica suprema es precisamente no haber demostrado científicamente su eficacia y menos aún sus mágicos postulados. Cualquier recomendación de este tipo, debería estar contemplada dentro de la mala praxis médica y -como tal- merecería las acciones legales que la responsabilizan.